“De un tiempo a esta parte” (frase que solo usaría mi madre), me dijo, -me está fallando la memoria. Hice un mutis de segundos. Luego, seguimos conversando por teléfono, que estaba bien, que converse con el médico, que seguro alguna medicación y ejercicios ayudarían. En medio de la conversación el sonido de las palabras de mi madre se hacían hondas. Sus versos, mil veces recitados. ¿Por qué te habrá gustado tanto Campoamor? Los cuadernos enteros dedicados a la poesía y compartidos alguna tarde-noche, en la que volvíamos a ellos. Tu letra, qué bonita mamá. Siempre se lo dije… mi letra ha sido un desastre desde chica… y echémosle la culpa a que no cuajé ni con la imprenta de la “Reforma” ni con la cursiva…mi letra ha sido siempre un saltimbanquis imparable… ella, en cambio, tenía una letra dibujada. Ahora, también se queja de la suya.
Mi memoria viajó por las tardes de “Enriquezca su vocabulario” juego en el que ambos se disputaban los premios y las batallas interminables. Donde yo escuchaba palabras ‘raras’ nunca usadas y desconocidas, palabras por las que me preguntaba cuánto interés despertaba en ambos, papá y mamá, cómo debían acertar con la definición. Hoy, perdulario, sibilino, hipofrenia y otras ya han surcado mis pensamientos alguna vez… era, entonces, el juego favorito de las tardes antes del café de las 5:00. Los sábados se agregaba el trabajo en el Geniograma y cuando llegaba el Geniograma gigante, tomaban la mesa del comedor para terminarlo y llevarlo al ánfora. El Pequeño Larrouse ilustrado era un gran acompañante de esas hazañas y si no funcionaba, ya tenían por ahí otro diccionario Sopena de sinónimos y antónimos. Cómo, me volví a preguntar esa noche, hoy aparece el olvido.
Sobre la memoria he escrito y leído innumerables veces. Solo nos construimos como país si la tenemos presente. Solo mejoraremos como ciudadanos si confrontamos con nuestros errores y aprendemos de ellos. Pero hay una memoria íntima que dejamos de lado y a la que siempre recurro y es la que nos cuece como familia. El olor del café Kirma por la mañana o el aroma de Old Spice muy tempranito. Las tostadas con mantequilla y azúcar, el olor a hierba luisa en el jardín, la mermelada de fresas o naranjas que también preparaba mi padre…el olor de la madera y de las habitaciones. Las camas a las que corríamos para recostarnos, no importaba la hora ni el día. Esas camas tenían unas rueditas y era divertido que se resbalaran sobre el piso. Esa memoria íntima me hizo guardar las historias de mis tías y de mi abuela. Los relatos fantásticos de aparecidos y muertos. Los amores perdidos y extraviados entre un pueblo y otro.
No lograste mi afición por Campoamor. Ahora, con ternura, encuentro algunos versos que resuenan en mi mente. Siempre me pareció exagerado-al extremo-y muy sonoro. De todas maneras, me fascinaba la recitación, la pasión por las palabras y los versos que escogía mi mamá. Entonces yo podía haber escuchado:
«Que en este mundo traidor
nada es verdad ni mentira.
Todo es según el color
del cristal con que se mira»
O también algunos poemas que registraban diálogos con sacerdotes y delataban amores prohibidos o historias parecidas. Así, mamá sabía cada parte y diálogo. Entonaba a uno y a otro personaje, sin titubeo y con emoción intacta:
«Agarrándole bien con la mirada,
– No soy loca, es que estoy enamorada-
siguió la esposa,- y lo que quiero, quiero;
vuestra piedad, no vuestra fe reclamo:
si le amo, vivo; si no le amo, muero;
respondedme, ¿qué haré? ¿le amo o no le amo?
Aguzando el oído,
y azorado de miedo como un gamo
que oye en el bosque de repente un ruido,
el cura sorprendido
dice cayendo en postración extrema:
– ¡Tercera confesión, tercer problema!…»
Biblioteca Virtual de Cervantes. Ramón de Campoamor. En: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/poesias-escogidas–2/html/ff0e95ba-82b1-11df–acc7-002185ce6064_3.html
Entonces, yo les pido a mis alumnos que se aprendan un poema, que lo reciten, y les digo que ese ejercicio, ayudará a sus cerebros y ‘los hará libres’. Ellos se sonríen y algunos lo logran. Solo que con las pantallas queda evidente cuándo leen o cuándo están más preocupados por dónde se quedaron en el poema elegido. Y les digo, que es difícil, que hay que hacer propias las palabras y que adueñarse, entonar y hasta hacer un ejercicio teatral, cuesta trabajo. Mi mamá hacía todo eso y hasta ahora cuando lee en voz alta alguno de esos poemas, sé que las lágrimas recorren su cuerpo emocionado.
La memoria entonces no es juego y está en cada resquicio de nuestras vidas. En cada poema, relato o canción. Cada vez que nos resuena un eco o cuando asociamos algo vivido con el pasado. Cuando hasta el olor descubierto, desnuda lo compartido o sorprende en una esquina. Hoy que salir es un reto y que quedarnos y cuidarnos es parte de lo diario, recordemos, memoricemos algo y hagamos la tarea. Así mamá estará más contenta.